Por: Diana Escobar*
Hay en el aparador una silla roja. La quiero. Todo mi ser me
dice que debe estar en la esquina de mi habitación… entonces me acuerdo que ya
tengo un lugar dónde leer. Pocas veces nos preguntamos por qué compramos un
mueble. Las respuestas puede ir desde “Porque lo necesito”, “El anterior ya no
funcionaba” hasta el utilísimo “Quería algo diferente”.
Necesitar algo es que sin el objeto
en cuestión no podría llevarse a cabo alguna actividad. (No se puede cocinar
sin cocina, aún de leña.) “Que no funciona” parte del hecho que ya no satisface
la necesidad (se dañó) y el “quiero algo diferente” proviene de expandir los
horizontes... Independientemente de dónde provenga la respuesta, el mensaje
intangible pero implícito es: necesito
un nuevo comienzo.
Una vez leí en un libro que los
espacios carentes de mobiliario no son más que lienzos en blanco. Un lienzo
insípido, carente de cualquier sentimiento, recuerdo y tan impersonal que sería
impreciso determinar qué tipo de persona es el dueño del espacio transgredido. Todos, de
una u otra forma, atribuimos al mueble el demostrar un estatus social,
expresar la cultura o representar la estética a través de un pensamiento mayor. Pocas
personas se toman el tiempo de analizar las implicaciones subjetivas
que esconden.
De biografías
Creo, como muchos, que el mueble
determina a través de sus límites un mundo biográfico. Aporta quien es el
usuario pero también agrega el mensaje de que pueden esperar
o encontrar las personas en el dueño. Al fin y al cabo,
¡qué sentido tiene jerarquizar o denotar un estatus con un bien que en
muchas ocasiones es producido en masa! Sí, en masa, para todos… ¡Y no me
importa que todos digan lo contrario! Para mí el mueble representa algo más que
una objeto que por adquirido brinda estatus social. Hacerlo sería un intento
desesperado de mostrar un espejismo vago que se aleja años luz del mundo real
en el que todos vivimos.
Al igual que
el físico atrae, lo más simbólico que se esconde detrás de un mueble es el
“¿por qué?”. El criterio de selección de un mueble puede variar de una persona
a otra… los motivos por los que elegimos un sofá y no otro al igual que las
emociones son algo tan personal. Haruki
Murakami escribió una vez: “Siempre he creído (…) que en la elección de
un sofá uno demuestra su categoría. El mundo del sofá tiene unas reglas propias
que no puedes transgredir, (…) para adquirir un buen sofá, hace falta juicio,
experiencia y filosofía. Cuesta dinero, pero no basta con gastar dinero”.
El valor
sentimental del mueble está ligado a la historia que iniciamos con él. Es como
enamorarse a primera vista; ese preciso instante en que el objeto te hace
suspirar, idealizar un futuro y quererlo con ansias porque sabes que es el
único que complementará a la perfección la misión que llevas a cabo. Ahora sí
entiendo cuando mi familia no quiere deshacerse de un mueble viejo porque “tiene
un valor sentimental”, o como dijo mi madre: “fue la primera silla que compré”,
“perteneció a tu bisabuelo” o algo similar.
Aquí yace la vida vivida
Con el uso del objeto el sustantivo “mueble” se hace
verbo. Adquiere vida a través de las
escenas que almacena y de lo que una vez se realizó dentro de sus límites. Los
muebles nos ayudan a sentar el precedente tangible y asequible a los sentidos
que nos recuerda que un día como hoy algo inicio, algo fue recordado o algo
terminó y esas escenas se borraron junto con el mueble. El mueble es ese “ver
para creer” que el hombre necesita; la prueba de como inició una actividad, las
metas y las proyecciones a futuro que descansaron en el objeto. Como mi mesa de
dibujo que mi padre me dio hace cuatro años: ella –sí ella– me ha hecho de
alguna manera esto que soy.
Está la contraparte: dejar ir. Cambiamos de mueble cuando
hemos decidido soltar el pasado, reescribir la historia y comenzar con nuevos
bríos… cuando nos damos cuenta que lo que creíamos ideal ya no es suficiente,
porque existen muchas historias más que deben iniciarse… Ahora, ¿cuál es el
comienzo del que te habla la silla en la que estás sentado ahora? Levántate,
mírala y sonríe: ¿por qué la elegiste como compañera?
*Estudiante de 4.° año de Arquitectura de Interiores. Texto elaborado para Diseño del Mueble, con Lic. Helen Navas/ Imagen: Inflorescencia Fotosintética: casa MD3. Propuesta ganadora del concurso Reto Urbano: Urbánica (noviembre 2013)
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